PRINCIPIOS BÁSICOS DE URBANIDAD
Principios básicos de urbanidad:
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Escuchar, más que hablar: descubrir quién es el otro, qué quiere, qué piensa. No dirigirse a él como si fuera una proyección de nosotros. Hablar sin descanso es una descortesía hacia los demás, y además revela cierto egoísmo.
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Comprender, antes que juzgar: no odiar al otro ni hablar mal de él ante otros por lo que creemos que son sus defectos. Siempre es mejor preguntarse: ¿qué hace que la persona que nos molesta actúe de la forma en qué lo hace? Así, será más fácil que comprendamos y más difícil que odiemos.
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Pensar antes de actuar o de hablar: elegir siempre la mejor oportunidad, no ser imprudente. Evitar palabras molestas, observaciones poco delicadas, descorteses o demasiado personales.
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Ser discreto: no hacer preguntas que nos hagan parecer excesivamente curiosos, ni divulgar los secretos que otros nos han confiado. De lo contrario, nos ganaremos que nadie confíe en nosotros.
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Adecuar el discurso a los conocimientos del otro: evitar hacer comentarios sobre historia, ciencia, cultura o arte cuando no se conoce el grado de conocimiento de las personas que escuchan.
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Adecuar el discurso a la situación del otro: percibir cuál es su estado anímico y, según eso, decir lo que sea apropiado.
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Tratar a los demás como nos gustaría ser tratados.
En cuanto a nuestra educación como padres, es lógico
que para que las personas cumplan con su misión por completo, deben ser
educadas desde la infancia con las más elementales reglas de urbanidad.
Por eso se dice que la educación nace en la cuna.
Desde que el bebé tiene primer contacto
al nacer con sus padres y familiares, comienza la educación. Por eso los
padres deben tomar como primeras normas de educación los siguientes
puntos:
Principios básicos de urbanidad:
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Escuchar, más que hablar: descubrir quién es el otro, qué quiere, qué piensa. No dirigirse a él como si fuera una proyección de nosotros. Hablar sin descanso es una descortesía hacia los demás, y además revela cierto egoísmo.
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Comprender, antes que juzgar: no odiar al otro ni hablar mal de él ante otros por lo que creemos que son sus defectos. Siempre es mejor preguntarse: ¿qué hace que la persona que nos molesta actúe de la forma en qué lo hace? Así, será más fácil que comprendamos y más difícil que odiemos.
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Pensar antes de actuar o de hablar: elegir siempre la mejor oportunidad, no ser imprudente. Evitar palabras molestas, observaciones poco delicadas, descorteses o demasiado personales.
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Ser discreto: no hacer preguntas que nos hagan parecer excesivamente curiosos, ni divulgar los secretos que otros nos han confiado. De lo contrario, nos ganaremos que nadie confíe en nosotros.
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Adecuar el discurso a los conocimientos del otro: evitar hacer comentarios sobre historia, ciencia, cultura o arte cuando no se conoce el grado de conocimiento de las personas que escuchan.
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Adecuar el discurso a la situación del otro: percibir cuál es su estado anímico y, según eso, decir lo que sea apropiado.
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Tratar a los demás como nos gustaría ser tratados.
En cuanto a nuestra educación como padres, es lógico
que para que las personas cumplan con su misión por completo, deben ser
educadas desde la infancia con las más elementales reglas de urbanidad.
Por eso se dice que la educación nace en la cuna.
Desde que el bebé tiene primer contacto
al nacer con sus padres y familiares, comienza la educación. Por eso los
padres deben tomar como primeras normas de educación los siguientes
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